sábado, 14 de mayo de 2016

7 semanas

49 días. Son los que dicen los budistas tibetanos que transcurren hasta que un alma se despide de la vida terrena, tarda en irse o despegarse de su vida corpórea y reencarnar en otra, quizás. 49 días. 7 semanas. Es lo que tarda en cristalizarse el alma en un feto intrauterino.

¿Alguien que ande de 7 semanas? Ahí puede estar yéndose el alma de mi padre para reencarnar, hoy mismo. O a otro ser vivo que no sea humano también, por qué no.

¿El alma flota? El alma es la esencia. El alma es lo no superficial del ser, lo que define su misión y visión, lo que nos hace ser como somos. El alma mater -¿y el pater?- es el corazón de una movida, el que despierta la chispa. El corazón sigue siendo algo físico, mientras que el alma es materia disuelta. Que se evapora, dicen, y que hoy, a los 49 días, pareciera ser que se deposita en otro ser carnal, y fluye en su esencia.

¿Qué ser esencial se dará vida hoy que personifique la esencialidad de mi padre? Pedazo de desafío tendrá. Aunque sea un animal sin idioma, ser el alma de mi padre es algo para elegidos.

7 semanas. Mi viejo nació el 7.
Un dado lanzado. Y sale siete. Al set.

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