jueves, 12 de mayo de 2016

Superación

3 de mayo, 3 am

Finalmente asentados en Barcelona. El padrón y el domicilio lo acreditan. Ahora resta equipar el hogar. Está a 100 metros del metro que conecta en 15 minutos con Plaza Catalunya, y caminando se llega al Camp Nou, en 15 minutos también.

Da tranquilidad y comodidad volver a tener las cosas propias ubicadas en un lugar al que sabés podés acudir y seguirán allí, ubicadas esperándote a ser usadas. Ja, por más que saber que todo lo que se tiene entra en dos valijas y unos bártulos, es de un placer y libertad inimaginables más allá de la experiencia, también depositar la ropita en los placares y las medias en el cajoncito son otro tipo de placer que radica en algo más burgués, pero no por eso despreciable.

Es lindo tener el cepillito de dientes en tu lugar, y algunos elementos más a mano que otros, o en algún espacio en particular de la casa. Tiene que tomar forma de hogar, crear un nuevo nido, ya que el niño Gonzalo demanda cada vez más, atención, cuidado y espacio para habitar. Y todo se va dando para que eso ocurra.

Me llega por el relato de mi mamá que está en Buenos Aires duelando a mi padre, que se llena de actividades para no pensar tanto en él. Pienso que de algún modo, tener un horizonte, un camino por el cual pelear y despertarse cada día, es el único recurso al que se puede apelar para despedir a la muerte del pensamiento, porque es un hecho inexplicable, desde el momento que nadie que le haya ocurrido puede contarlo luego; y que los seres queridos que quedan son los que se ahogan en recuerdos o deprimen en una búsqueda hiperexplicativa del tema, cuando lo que queda es aceptar que todos vamos a parar al mismo punto de game over. El tema es lo hecho en la parábola del durante.

Y en este durante encarnizado, donde en cada día suceden variados temas y se desencadenan otros, busco disfrutar y veo el crecimiento de mi hijo. El Bi-dente, como le digo, cuyas estrenadas paletitas busca refregar contra cuanta cosa se encuentra que le gusta.

Mi hijo no da besos, te muerde la nariz. Mi hijo va robando sonrisas en el metro de Barcelona, haciendo sonreír mirando fijo a las personas, y captando atención al por mayor. De "qué guapo, tío", a "que simpático guapetón" o "pero que majo", pasando por "mira que niño tan apuesto eres" y otros epítetos que ahora no recuerdo, son frases que se roba Gonzalo dondequiera que vayamos.

Yo supe al embarcarnos en este viaje, que era adentrarse en algo mayor. Una despedida grande de una vida para adentrarse en otra, con su estilo, forma, calidad y color. Color de vida. Calor de hogar. Calor de viento de verano. Color de brisa de estación. Me fui.
Vuelvo. Escribo en la mesa del living que desde el 30 de abril empezamos a habitar. Equipar lleva su tiempo, pero en su gran mayoría está todo comprado.
Mi papá descubrió que más allá del dolor hay alegría, celebración de estar vivo.
Mi papá, yo, mi hijo, lo que tenemos en común es que somos nobles, de buena madera, como quien dice. Eso es irrevocable y genera en quien lo reconoce una inmediata empatía. Tenemos espalda, me dice mi mujer, y lo confirmo al tejer vínculo con la gente. Algo afectivo, tan necesario como humano, es lo que desprende la confianza.

El desapego y la capacidad de trato con la incertidumbre las distingo como cualidades humanas que si se dejan expresar dan más entereza y confianza en uno. El poder de desarrollo también. Y la capacidad de sorpresa.

Desapego en el sentido de no estar apegado a algo o alguien, y tener entrenada la posibilidad de soltar y dejar ser lo que quiera ser. No te tengo, soy. No poseo, uso.

Incertidumbre haciendo referencia a este mundo que cada vez en más lados se describe en crisis, y que la naturaleza misma se encarga de dar sobradas muestras de estarlo, y que quien hoy tiene algo mañana puede no tenerlo, y quien tiene la certeza de que algo es así, luego someterá a examinar si tal creencia es como pensaba, o apenas si se quedará sufriendo porque el mundo no es como quisiera. El que acepta el océano de incertezas en las que vivimos, donde se comienza a vislumbrar un acontecer cuántico más allá de lo que podemos ver e imaginar, es quien podrá lidiar más con la maleabilidad de mundo.

La caída de fronteras autoimpuestas es el límite a superar. Superarse.

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