lunes, 18 de diciembre de 2017

Ariel, casate con el Rojo

No es lo mismo, Ariel, sin vos. Y es momento de dejarlo claro ante todos. Porque las cosas pasan, y es mejor transmitirlo antes de que mueran. Le diste ánimo, vida y, principamente, renovaste la identidad del Club más grande del mundo. El nuestro. Volviste a hacer que enunciemos con Orgullo, “Esto es Independiente, señores” a los cuatro vientos, en el lugar del mundo en que nos toque estar, para que lo escuchen todos que hubo y hay un equipo de fútbol que inspira sensaciones, los sentimientos más profundos y guardados, y que cuando teníamos 4 años, nuestros papás nos enseñaron a amar. Como se ama a alguien, despacio, dedicadamente, aguantando en las paradas difíciles para luego poder disfrutar más de los lindos momentos. Y vos, Ariel, viniste a reconquistar el corazón de un hincha que venía de sufrir como nunca antes.

Años de pérdidas, de reconocer la derrota, con hidalguía, porque sabíamos que la Gloria es eterna, pero sin saber cuándo terminaríamos de sacar la cabeza de ese pozo hondo y oscuro en el que nos tocó caer en 2013, y del que ahora nos toca salir, respirar, volver a sentir el pecho inflado de ser hincha de este Club, de esta Institución que se hizo grande por sus hazañas, sus proesas en cualquier cancha. Y que vos y tus dirigidos se encargaron de acrecentar, con este nuevo y fresco Maracanazo, que más que o mais grande, ya nos parece un patiecito trasero de casa al que vamos a festejar junto al Chivo, al Bocha, a tirar paredes con Bertoni, y ahora a creer que siempre se puede ganar de arremetida gracias al Puma, pelear cada pelota de la mano del Tractor, o eludir a tres navegando en las ilusiones adolescentes de nuestro Barco, y que la Meza esté servida para el banquete mayor; y que siempre estará ahí en el banco, donde las decisiones queman y hay que estar frío para acertar, ese ser que empezamos a conocer hace un año, esa persona única que en sus primeras declaraciones dejó clara su pasión temprana por el color que representaría.

De repente, cuando se me apagaron las ilusiones personales con la muerte de mi padre en 2016 -el 26 de marzo, día del hincha de Independiente-, cuando el Mariscal trataba de darle cause a ese plantel que se resistía a ocupar su lugar en la historia, cuando ya no había otra opción más que la renuncia y la entrega, apareció ese hombre que focalizó la atención mediática en la tecnología voladora que traía junto a su plantel de meticulosos ojos clínicos, y que encima se notaba que tenía mucho más contenido que miles de drones, porque le inyectó la sangre roja llena de travesías epopéyicas al grupo de dirigidos que, de un plumazo, supo orientar hacia un objetivo común. Allí, en esos tiempos aciagos, apareció un concepto claro. Compromiso, actitud e intensidad, son las condiciones que llevarían al CAI, a recuperar su ADN imborrable. La transmisión y asimilación de un aprendizaje simbólico eterno, como ese Saludo histórico con los brazos en alto al mundo, nuestro Haka sudamericano, en la cancha que toque, fueron lo que terminó de enamorarme de vos. Sí, Ariel, de comienzo fue. Amor a primera vista, le dicen. Es mucho más. Fue reconocer que en lo que estabas buscando sembrar estaba la semilla de vida que había dejado plantada el viejo antes de irse. Fue distinguir que tu mensaje es el que viene grabado hace varias generaciones rojas, y vos viniste a transmitirlo con una simpleza y humildad que es imposible aceptar la posibilidad de tu partida. ¡Basta de pérdidas! Independiente con vos ganó mucho más que una Copa. Retomó una senda. Recuperó una identidad, hiciste resurgir a un Diablo que estaba dormido, y que no es joda que es mucho lo que nos permitimos ilusionarnos de la mano de tu batuta.

No quiero ni pensar qué hará que no puedas seguir en la conducción del equipo. Ni suponerlo, ni deducir, ni una mierda. Quiero que te quedes a vivir en la dirección técnica del Club de nuestros amores. No quiero escuchar tu nombre en boca de otro hincha de un equipo mediocre que aspire a alcanzar algo semejante a la Gloria que esta Institución representa, y que bien sabés que se puede acrecentar.
Vos Ariel no, no claudiques porque un par de energúmenos vestidos de hinchas presionen. No te entregues a lo que el dinero sabe comprar pero que no hay corazón ni razón que expliquen. Ser el director técnico de esta camiseta color rojo furioso que seguiste desde el día que naciste no es para cualquiera. Sí, ya sé, me repiten el mantra aquel de que “Independiente está por encima de cualquier nombre”, y coincido, al igual que sé que vos, pero ese banco de suplentes ya encontró su jinete que lo monte, su aguerrido ser que lucha desde las palabras y la técnica y estrategia por conquistar el mundo de la redonda. Independiente tiene que volver a rugir en el mundo futbolístico. Y sabés bien que este es el comienzo. Que como hinchas del más grande que somos, no podemos conformarnos con la segunda Sudamericana. Que al verte llorar, gritar y apasionarte así desde el banco no podemos más que soñar con la Octava y vernos jugar nuevamente con Barcelona, Real Madrid o el PSG, una final de Mundial de Clubes. Junto a vos me puedo permitir soñar que la muerte no es un fin, sino el comienzo de algo más. Se muere para renacer, y tu nieto y mi hijo, de 2 años ambos, nos demuestran que este sentimiento inexplicable que se lleva dentro y no puede parar tiene tela para seguir cortando. Para armar banderas que proclamen el amor indefinido, incondicional e inclaudicable que siempre acompañará a estas personas que sentimos este escudo, esta camiseta, esta forma de ver y transmitir el fútbol. Ma qué fútbol, ¡la vida! Esto es Independiente, Ariel querido, y los hinchas necesitamos oír antes de que suenen las campanadas de las navidades, que te tendremos con nosotros por un par de años más aunque sea. Sí, es un pedido, es un ruego por que no te venzan los temores, por que no claudiques ante los continuos detractores, que renueves esperanzas en este período en que te casás, y entiendas que lo que el hincha genuino del Rojo de Avellaneda quiere contraer con vos es un casamiento basado en el amor que nos inpirás.

El pueblo rojo te pregunta, querido Ariel: ¿estás dispuesto a casarte conmigo? Propuesta de nupcias de un amor que pide convivencia, empezar una nueva etapa, pensar en nuestro nidito donde juntar fuerzas y permitirnos alcanzar nuevas metas juntos.
Tras este amor idílico, ni en las mejores películas soñado, este enamoramiento inicial a primera vista y este primer año de noviazgo intenso, esmerado, dedicado, tuvimos nuestra luna de miel en Río de Janeiro -sí, somos un caso raro, primero celebramos y luego nos casamos- y ahora toca contraer lazos formales. Eso que llaman firmar contrato pero que, viniendo de vos Ariel, no puedo entender más que como una puesta en claro de objetivos e intenciones, y que de esa manera tendrás a disposición todo lo que te sea necesario para llevar a nuestro Glorioso Club Atlético Independiente al lugar que ocupa en la historia de clubes de fútbol. Que conocés porque te lo transmitió tu padre, que sabés que tenés que seguir porque tu nieto, mi hijo, las generaciones nuevas de hasta 20 años con las que me tocó vivir esta nueva final, tienen que sentir en cuerpo y alma qué es esto de ser hincha de Independiente. Esta es tu hinchada, la que va al frente, Ariel, y la que te pide encarecidamente que no nos abandones, que ni pienses o contemples la posibilidad de dejar el barco en esta instancia. Porque sabrás que cuando las esperanzas se renuevan, cuando tras la muerte vil e iracunda surge ese brote de semilla que ilusiona y permite soñar, lo que hay que hacer es cultivar y cuidar, dedicadamente, en el diario trabajo, ese brotecito que apareció para que un día podamos ver y tener el árbol, que no nos dejaba ver el bosque, y que el Club Atlético Independiente volverá a gritar que ¡será siempre Independiente el Orgullo Nacional!

Dale campeón, no me hagas llorar más, decí que te quedás a compartir tu alegría y forma de ser con nosotros, Ariel, y pasemos unas fiestas en paz. El Diablo volvió a meter su cola, tenemos Copa con la que brindar en estos días, pero la mesa no está aún servida. Falta que vos nos digas que sí, Ariel, que seguís. La mejor noticia para un Club que aspira a mucho más es que nos digan a viva voz: ¡Holan no se va!

Para gritar con el alma, que te quiero de verdad, y que pase lo que pase nunca te voy a dejar. Nada va a cambiar mi amor por vos, Rojo querido, y siento que en vos, Ariel, está encomendado el legado de seguir con esta leyenda. Espero que no nos falles. Así de cruel es el amor verdadero. Directo, al enfrentarlo a la cara nos damos cuenta de sus espinas, de sus lados ásperos, pero no por eso dejamos de latir y sentir que ese es el único camino posible. Nunca caminarás solo, Ariel, estamos con vos. Falta que nos confirmes que vos también. Que pongas el gancho en este casamiento simbólico que contraemos y nos dediquemos a vivir la fiesta con alegría y tranquilidad de saber que el Rojo está en buenas manos. Y sí, está por sobre todo, y hay una persona que llegó para volver a recordárnoslo. No lo olvidaremos. Esto es Independiente, señores. Vayan, sean hombres, juguen y ganen. Vaya Ariel querido, firme y siga, que acá hay un batallón de soldados que lo acompañan a la guerra que nos planten. Porque no hay quien venza a este pueblo de pierna fuerte y templada. Hurras a Independiente, del pueblo de Avellaneda.

Vamos Ariel, ¿te querés casar con el Rojo?

jueves, 7 de diciembre de 2017

Lo que yo siento por vos, Independiente

¿Sabrán lo que se juega? ¿Habrá forma de hacérselos llegar?
Tengo 36 años. Soy padre desde hace 2, y vivo en Barcelona. Perdí a mi viejo el año pasado, en el mismísimo día del hincha de Independiente, el 26 de marzo. Desde que tengo 4 me lleva a la cancha como única identidad inculcada. Libre de religión, credo, dogma, mi viejo sólo me impuso la idea de que yendo a la cancha, primero los domingos, luego el día de la semana que tocase, todo se arregla, todo se charla, todo pasa, todo se acomoda, todo ocurre. Un ritual, incorporado a fuego, que simboliza una vida. Vas, en el mejor de los casos te divertís, en otros canalizás la mierda, y ahí va pasando eso que llaman días. Entre un partido y otro del Rojo. Rojo con mayúsculas, señores.




Eso es lo importante a entender. Lo que simbolizan. Independiente es un club de fútbol, una institución social y deportiva, que tuvo su auge de conquistas entre fines de los 60 y toda la década del 70. Fue el mejor del mundo. Producto de las Copas conquistadas se convirtió en el Rey de Copas, como marca registrada. Y así me llegó. Pasó a ser mi religión ir cada santo domingo a comer una hamburguesa, un chori, una porción de pizza bien chorreante de aceite en las inmediaciones del estadio más lindo del mundo. El Templo sagrado que pude conocer en cada uno de sus sectores. Desde la vieja Cordero, pasando por populares y plateas Erico, Sande, el codo que quedó tras la final con Huracán en el 94, hasta la enorme tribuna visitante de aquella Doble Visera inolvidable, ese playón de saltos y festejos entre un fragmento de tribuna y otra de la local. Independiente es un recuerdo imborrable de alegrías y decepciones junto a mi padre. Vías para expresar en el ser masculino aquello que todos llevamos dentro y que nadie nos dice cómo logrará salir. La pasión, la emocionalidad, el sentimiento a flor de piel, la carnalidad compartida de saberse alentando y tirando para un mismo lado con la intención de que la pelota traspase la línea de meta y podamos todos saltar como unos desaforados por un rato, creyendo que nuestra virilidad común es enorme por el amor que depositamos por un club de fútbol.

A quien no entienda el fútbol, es simple, es el espectáculo de la modernidad más emocionante y vibrante que hay. 90 minutos de un cotejo deportivo donde cualquier cosa puede pasar. Hay otras disciplinas donde la capacidad y potencia está más desbalanceada y siempre ganará el mejor, mientras que en el fútbol, los avatares del partido, la improvisación de la que el conjunto sea capaz en el momento, incluso con cierta picardía, más allá de que la tecnología se quiera meter indefectiblemente en las decisiones del juez, son determinantes para el resultado. Hasta el minuto final, todo puede pasar en el fútbol.

En toda civilización se da cuenta de espectáculos donde algún o algunos gladiadores luchan por algo, su libertad o vida en el caso más sanguinario, un objetivo o una conquista en las versiones más modernas. El Club Atlético Independiente de Avellaneda tiene 16 logros internacionales alcanzados, 7 de ellos la Copa más importante de América a nivel clubes, la Libertadores. Es quien más la obtuvo desde hace apenas 44 años. Y seguimos contando.

“Vamo' Independiente todo va a estar bien, como siempre te seguiré, como siempre te alentaré”. No pensé que conservaba un fanatismo tan intacto. Es así. Lo que te inculcan, te queda.
Ariel Holan, estás a sólo un paso de retomar la senda de la Gloria. Recuerdo que el día en que descendimos mi viejo se quedó con una frase, que leyó en una bandera desplegada en el frente de una pizzería de avenida Mitre. Roja y blanca, letras negras, simples, terminantes: La Gloria es Eterna. Eso fue el viejo. Eterno. Independiente es sinónimo de papá. De quien mantiene viva una llama que perdura. Va más allá de una explicación racional, es un estado de entrega a la pasión, al rojo furioso, es un modo de tomarse la vida, es el equipo de pierna fuerte y templada que ilusiona y hace creer. Ser de Independiente es saber que no cambia nada ir al Maracaná, a Japón, a China, a Barcelona o donde sea. El amor por estos colores y este estilo de juego no desaparecen. Es más, se reproducen. Porque fuimos y seremos miles de almas que vibran a la par de estos jugadores y cuerpo técnico que están a una instancia decisiva de quedar en la historia grande. De un Club aún mayor.

¡Será siempre Independiente el Orgullo Nacional!